Toda historia de grandeza comienza en las sombras, donde el talento es pasado por alto, donde los sueños son puestos a prueba por la duda. Para Miguel Almirón, la travesía inició en la academia de Cerro Porteño cuando apenas tenía 14 años. Delgado, callado y fácilmente subestimado, los entrenadores a menudo lo dejaban en el banquillo, o incluso en las gradas. Tenía la visión, el toque, el hambre, pero dudaban que su cuerpo pudiera resistir el rigor del juego.
“En la sub-15 apenas jugaba”, afirma Hernán Acuña, quien en aquel entonces era entrenador de la academia y ahora se desempeña como su Director. “Era considerado un jugador con calidad técnica y talento, pero debido a su físico, prácticamente lo estaban dejando ir del equipo”.
En casa, la vida cargaba su propio peso y la supervivencia exigía sacrificio. Su madre trabajaba doble turno en el supermercado para que Miguel pudiera seguir persiguiendo un balón que, para la mayoría, parecía un sueño lejano. Su abuelo se convirtió en su ángel guardián, llevándolo a la academia, esperando bajo la lluvia, sin irse hasta que terminara el entrenamiento de Miguel. En esos viajes silenciosos de vuelta a casa, entre el sacrificio y la fe, se construyó el cimiento de la resiliencia de Miguel.
“Lo pusieron en el peor equipo de la Academia y ese día él se me acercó y me dijo: ‘Mamá, ya no voy a ir a entrenar’”, recuerda Sonia Soledad Relaja, la madre de Miguel. “Le dije: ‘No, te has sacrificado mucho. Estás donde estás y no vas a dejar el fútbol. Si dejas el fútbol, te vienes conmigo a trabajar al supermercado’”.
Fue Acuña, quien siempre había visto algo en Miguel, quien lo impulsó en la sub-17 para asegurarse de que su velocidad y creatividad ya no pudieran ser ignoradas. “Realmente no había jugado en dos años, así que sabía que estaba muy ansioso y le dije: ‘Te voy a dar cinco partidos para que me demuestres de lo que eres capaz’”, recuerda Acuña. “Increíblemente, él explotó y se convirtió en uno de los jugadores más destacados de todo el sistema de la Academia”. El ascenso al primer equipo fue inminente, y pronto el muchacho que se pensó era demasiado pequeño levantaba títulos, en 2013 y de nuevo en 2015.

Miguel Almirón Contar Contigo | Documental
La película explora su incansable búsqueda por alcanzar la excelencia, su importante papel en regresar a Paraguay a una Copa Mundial después de 16 años, y el amor inquebrantable de su esposa Alexia y su familia, quienes siguen marcando su camino. Es una historia de resiliencia, identidad y el poder del hogar.
El Éxito como Respuesta al Escepticismo
En 2015, Lanús de Argentina llevó a Miguel al otro lado de la frontera. La mudanza fue repentina, pero transformadora. Bajo la dirección de Guillermo Barros Schelotto, Miguel floreció hasta convertirse en más que un joven prometedor. En 2016, fue el corazón de un equipo de Lanús que arrasó en Argentina, ganando el título de liga y la Copa Bicentenario. El chico flaco de Asunción se había convertido en campeón en otro país, en la tierra de leyendas como Maradona.
Sin embargo, el destino ya lo estaba llevando más lejos. A finales de 2016, un club nuevo de Estados Unidos llamó a su puerta. Atlanta United, preparándose para su primera temporada en la Major League Soccer, vio en Miguel la estrella sobre la que querían construir su proyecto. El costo del traspaso, reportado en $8 millones, fue uno de los más grandes en la historia de la MLS en ese momento. Y la apuesta dio sus frutos.
“Atlanta ya había estado en contacto con Daniel Campos, el agente de Miguel. Cuando yo estaba negociando para unirme al club, mencionaron el nombre de Miguel Almirón. Dije: ‘De inmediato’”, enfatiza Gerardo ‘Tata’ Martino. “Miguel había sido la gran estrella en la primera división argentina jugando para Lanús, había tenido una temporada increíble”.
Atlanta se convirtió en más que un equipo. Se convirtió en el escenario de Miguel, su campo de pruebas y, finalmente, su hogar. Bajo el ‘Tata’ Martino, Miguel deslumbró. Su ritmo, visión y energía incansable lo convirtieron en un favorito instantáneo de la afición.
En 2017, fue nombrado Debutante del Año de la MLS, fue seleccionado para el Equipo All-Star y fue incluido en el Once Ideal de la liga. Repitió esos dos últimos honores en 2018, pero ese año trajo algo más grande: la primera Copa MLS de Atlanta United. En solo su segunda temporada, el nuevo club levantó un campeonato, y Miguel estuvo en el centro de todo.
“Miguel es muy agradable, un chico muy cariñoso, es muy fácil establecer una conexión instantánea con él”, dijo Martino.
Pero los sueños, una vez alcanzados, se hacen más grandes. Europa llamó, y en 2019, Miguel fichó por el Newcastle United. La Premier League —más rápida, más física, implacable— era el escenario que había imaginado durante mucho tiempo. La adaptación fue brutal, pero la humildad y la ética de trabajo de Miguel lo sacaron adelante. Lentamente, se ganó a los aficionados, al equipo y, finalmente, el respeto del mundo. Se convirtió en una figura clave en el resurgimiento del Newcastle, anotando el primer gol del club en la Liga de Campeones en más de 20 años, grabando su nombre en la historia como una de las exportaciones más brillantes de Paraguay a la liga más exigente del mundo.

De Amores y Sombras
Con la selección nacional, la historia de Miguel siempre había sido de esperanza y desilusión. Vistió los colores paraguayos por primera vez en la categoría Sub-20, quedando subcampeón en el Campeonato Sudamericano y compitiendo en la Copa Mundial Sub-20. Su debut como sénior llegó en 2015, seguido de una convocatoria para la Copa América Centenario en Estados Unidos.
El camino con Paraguay no ha sido fácil. Durante años, a pesar de su talento y liderazgo, el equipo se quedó corto en la clasificación para la Copa del Mundo. Cada fracaso pesaba, no solo sobre Miguel, sino sobre una nación que esperaba volver al escenario más grande. Las críticas eran duras, especialmente en casa, pero Miguel aguantó.
“Sabemos por todo lo que pasa y todo lo que sufrió a lo largo de este tiempo de su carrera”, dice Alexia Notto, la esposa de Miguel. “Le sigo recordando que todo sacrificio va a tener su fruto”.
En 2025, después de 16 largos años, la sequía finalmente terminó. Paraguay clasificó para la Copa Mundial de 2026. Para Miguel, fue la culminación de todo: los sacrificios de su madre, la fe de su abuelo, el apoyo de su esposa, las noches de duda, los años de espera. Por primera vez, representaría a Paraguay en el torneo más grande del mundo.
A principios de ese mismo año, el destino lo trajo de vuelta a Atlanta. A pesar del interés de clubes en Brasil y Europa, Miguel escuchó a su corazón. “Quiero volver a casa”, le dijo a su madre. Y su casa era Atlanta.
“Había ofertas de Italia y prácticamente todos los equipos brasileños que tenían bolsillos más profundos”, reconoce Daniel Campos, el agente de Miguel. “Pero él siempre tuvo claro que si había una opción de volver a Atlanta, elegiría Atlanta”.
La recepción fue nada menos que una bienvenida de héroe. Cientos esperaron en el aeropuerto, pancartas y cánticos llenaron la noche. El chico que una vez construyó los cimientos de Atlanta regresó como un hombre, como un capitán, como un símbolo de lo que el club representaba.
La temporada 2025 no ha sido fácil, pero la determinación de Miguel sigue inquebrantable. Heredó la banda de capitán y la lleva con orgullo, decidido a escribir otro capítulo de triunfo para la ciudad y los aficionados que lo acogieron a él y a su familia.
Lo que impulsa a Miguel Almirón no es solo la victoria, es su familia, su humildad y un amor interminable por el juego. Entrena más allá de las horas del club, guiado por un preparador físico personal que vive con él para asegurar que su cuerpo dé todo de sí. Honra los sacrificios hechos por él al no detenerse nunca, corriendo tan fuerte ahora como lo hacía cuando Alexia lo vio por primera vez con la camiseta número 10, corriendo por el campo de la academia de Cerro Porteño.
La historia de Miguel no es solo sobre trofeos, goles o traspasos. Es sobre resiliencia: un chico flaco que no fue elegido, que se convirtió en un hombre que carga las esperanzas de una nación y el orgullo de dos hogares, Paraguay y Atlanta. Y aunque su carrera ya ha abarcado continentes, ligas y momentos históricos, su mayor legado puede ser aún más profundo: inspirar a otros a creer que incluso cuando el mundo duda de ti, incluso cuando el camino es largo e incierto, puedes correr con fe, con humildad, con amor hasta que el sueño sea tuyo.
“Yo solo juego por mi familia”, dice Miggy. “Por mi hijo, por mi esposa, mi mamá, mi papá, y toda la gente que está siempre detrás de mí, y que está siempre pensando en mí y quiere que todo me salga bien”.
